martes, 12 de marzo de 2013

El día que los Cerros Orientales dejaron de ser una acuarela de ventana




Una excursión de www.colombiaoculta.travel

La apariencia de montañistas de esas 20 personas que se abrían camino entre laberintos de asfalto tibio en la mañana fría bogotana, rayaba con la cotidianidad de una ciudad enredada entre nudos de corbatas de concreto y ladrillo. Era el equipo de trabajadores de 14 Ochomiles, Una tienda de artículos para actividades al aíre libre. (curiosa expresión: Aíre libre) que decidió internarse por unas pocas horas en los bosques de las montañas bogotanas. La idea era clara: mostrar que para “vivir afuera”* en Bogotá no se necesita ir muy lejos. Aún no comprendo cómo la mayoría de urbanoides bogotanos no se atreven a explorar esos sublimes bosques estando tan cerca.


Así pues, desde temprano empezamos a caminar aguas arriba por la quebrada Las Delicias que atraviesa la avenida circunvalar a la altura de la calle 66. El cambio de panorama no es transitorio, es casi repentino. Es más, el sendero de la quebrada pasa por debajo de los puentes vehiculares. Es mágico, es como atravesar un umbral invisible a una dimensión totalmente distinta dentro de la misma Bogotá. Una dimensión verde repleta de vegetación, caídas de agua, el sonido del viento acariciando las copas de los árboles y un paisaje rocoso fascinante. Caminamos casi una hora por un sendero que ha sido readecuado para los caminantes con puentes, señalización y tramos en madera. Los domingos, la policía está presente durante todo el recorrido. En esta ocasión nos acompañó el patrullero Flores; hay que nombrarlo porque es un policía conocido en los cerros orientales porque los conoce muy bien; es que le gusta caminar por las montañas; además habla inglés y mandarín muy bien. Las Delicias es una quebrada bella, con caídas y pozos de agua rodeados por rocas cubiertas de musgo y vegetación. La última cascada es un resbaladero vertical como de 18 metros de alto con troncos caídos atravesados.


Fue especial ver cómo los trabajadores de 14 Ochomiles disfrutaban del espacio, algunos en compañía de sus hijos. Es que el camino tiene mucha mística, había que sortear troncos, brincar por rocas y pasar el río varias veces. Cuando llegamos a la última cascada, algunos decidimos ascender por el trepadero de roca y vegetación para subir un poco más. Fue una parte algo fuerte, de mucha concentración y sobre todo, de cooperación; es bonito ver un equipo de gente avanzando entre todos, apoyándose unos con otros para lograr objetivos comunes. En el último tramo, tuvimos que escalar una roca pequeña, de menos de 2 metros. La idea era hacer el paso de escalada sin ayuda. Casi todos lograron el reconfortante reto.

El premio fue llegar a un camino de roca desde donde se ve Bogotá. De un lado se escucha el amotinado sonido de los motores, y del otro, el río, el viento, las aves. Estar en ese lugar lo pone a uno a pensar en verde, a reflexionar sobre la vida que llevamos como habitantes de una metrópolis; el estrés de la ciudad contrastado con la posibilidad de correr por los bosques y de respirar aire recién purificado.  En ese punto uno se puede dar cuenta de que efectivamente existe un umbral mágico entre la ciudad y las montañas. Ese umbral es uno mismo. Vive afuera, dirían los de 14 Ochomiles. Así pues, ese domingo descubrimos que los cerros orientales no son acuarelas decorativas; hay vida dentro del lienzo. Es que hay un mundo afuera esperando ser descubierto. Descubierto para cuidarlo, amarlo, y resignificarlo como parte de la vida cotidiana. Las ciudades deben ser más verdes, así tendremos mentes más verdes y sobre todo, más sanas.

* Vive afuera: Slogan de 14 Ochomiles

Texto y fotografías: Javier De La Cuadra